Ella
El muchacho hacía una tortill frente al fogón de la estrecha cocina. Ella, desde el pasillo, intentaba reconocerle.
– ¿Ves a tu padre?
– De tarde en tarde – el joven contestó con rapidez, sin dar importancia al tema.
– ¿Y tú?
Ella tampoco se tomó tiempo en contestar.
– Muy poco...
– A él nunca le hemos invitado a cenar.
– A mí tampoco hasta hoy – comentó ella con la voz contenta – , pero espero portarme bien para estar aquí todas las semanas...
Esta vez él se giró para mirarla. Tenía la sartén en la mano, separada del fuego.
– No me digas que ahora te trabajas el sentimiento, madre...
Después se echó hacia adelante y besó a su hijo en la mejilla. Al separarse, la mirada del muchacho volvió a fijarse en los ojos de su madre.
– Vete con Reyes, anda – terminó diciendo.
– ¿Cómo se llama?
– Reyes...
– ¿Dónde la conociste?
– Que te lo cuente ella...
La puerta del dormitorio estaba abierta. Como en el resto del piso, las paredes de la habitación estaban desnudas. Sonrió brevemente a Reyes y ésta le correspondió, como imitándola.
– ¿Suele hablar de mí?
Lo pensó un instante.
– Nada...
– No me echa de menos... Está claro...
Carmen había intentado un tono bromista y amargo.
– ¿Estáis casados?
Contestó con tranquilidad, sin mirarla.
– Vivimos juntos desde hace mucho...
Carmen salió por el pasillo como quien se acaba de liberar. Encontró a Enrique poniendo platos y vasos en una mesa centrada en el angosto y desnudo salón. Le habló con una euforia forzada.
– Esa chica me gusta... Y el nieto también...
Intentó ayudar y su hijo la dejó hacer.
– También me gusta que me hayas llamado... Por fin... estar contigo...
– Madre...
Hubo un silencio. Carmen supo que iba a escuchar algo desagradable.
– Madre – repitió– . Necesito dinero... Por eso te llamé... ¿Me vas a contar tu vida?
– Si quieres, por supuesto que sí...
– ¿Qué tal tu ligue?
– Bien.
– ¿A qué se dedica?
– Trabaja en un estudio de Arquitectura.
– Podías pedirle algo para mí... Ahora doy clases de dibujo...
– Ya lo sabía.
– ¿Entonces?
– Hablaré con él. Nunca te faltó nada...
– Eso es mentira...Pagabais los colegios, vivíais vuestra vida, juntos o separados, eso a mí me importaba una mierda, pero tenía que aguantar oírtelo contar compungida...Era lo único que te preocupaba... Lo tuyo... Que tu marido se fuera a vivir con otra... Yo estaba allí y ni me mirabas... Me fui de casa mucho después de darme cuenta de que era un estorbo... Dejé de escribir porque no me contestaba nadie...
– No te pongas a llorar...
– No lloro... Tú me has hecho hablar... Quiero dinero porque vivimos mal...
– Ya me lo has dicho...
– Pues vale... Se acabó... Hablemos de cuánto, de cómo y de cuándo...
– ¿Tengo que pedirte perdón?
– No...
– Te ayudaré...
– De eso se trata.
Se puso a caminar por la calle solitaria invadida de vehículos aparcados, entre gigantescos edificios y luces altas que rompían la oscuridad y hacían brillar las húmedas baldosas. Su coche estaba cerca, pero no quiso buscarlo. Necesitaba el aire de la noche para sentirse mejor.
Tras ella venía un grupo de jóvenes que, antes de adelantarla, se entretuvieron a su espalda haciendo comentarios.
– Te vamos a dar protección... ¿Vale?
– Y podemos ponernos más cerca, si quieres...
Estaba muy asustada.
– Déjame...
Los que venían detrás la vieron en el momento del enfrentamiento. Uno de ellos empezó a correr.
– Venga, tíos... ¿Qué hacemos aquí?... Si es una vieja...
Pasaron a su lado como una exhalación. En ese momento echó de menos un espejo, desesperadamente. Calculó que lo debía de tener en el bolso y sin pensárselo demasiado, buscó con prisa un lugar más iluminado para sacarlo y poder mirarse en él.